“La casa de papel” resume parte del presente. En todo el planeta el Orden y el Poder están siendo cuestionados. Más aun, los terroristas son los héroes que derriban los muros. Que fabrican billetes, no los “roban”. El Capital especulativo financiero se pulveriza, el oro se reparte. Nadie lucra. Está surgiendo un mundo nuevo.
“La Casa de papel” es una serie española que luego de un gran éxito inicial en su país fue perdiendo audiencia en sus últimos capítulos. Directores, productores y actores creyeron entonces que con el episodio final de su tercera temporada había entrado, para quedarse definitivamente ahí, en la historia del rubro.
El pasado año 2019, con ojo comercial, Netflix compró sus derechos y financió una cuarta temporada. Al salir ahora en marzo al aire, en pocos días su éxito ha sido fulminante. En toda Europa, el Asia y las Américas alcanzó tal audiencia que sus entusiasmados seguidores se cuentan por centenas de millones. La antigua antifascista canción partisana Bella Ciao que la caracterizó desde su inicio ha revivido en miles de gargantas, el poderoso movimiento feminista la adoptó como enseña y los jóvenes que marchan por anchas avenidas del planeta la entonan puño en alto. Las máscaras retocadas de los hackers “Anónimus” que usan los héroes de la serie en su asalto al Banco de la Reserva de España ocultan hoy los rostros en multitudinarias protestas populares contra la privatización del agua, la salud, la educación y los servicios básicos. El color rojo y negro impuesto por los trajes de los que el Poder llama ladrones terroristas ha regresado a su viejo sitial de pendón revolucionario.
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